Acceptance - PRISCILLA

Cuando ella dejó de vivir en “el problema”, empezó a vivir en “la solución”

Hace 27 años entré en una sala llena de hombres: ¿Qué esperaba? Pensé que encontraría gente sucia y callada. Afortunadamente me equivoqué completamente con mis expectativas. Vi una sala llena de hombres normales y corrientes como los que podía ver en mi trabajo o en un grupo de amigos.

Estaba desesperada, llena de miedo, culpa y vergüenza. Mi vida se había vuelto ingobernable. Al comienzo de la reunión se leyó “el problema” y pude escuchar mi historia inmediatamente. Inferior, despreciable, asustada y sola. Lo que veía en mi interior nunca igualaba lo que veía en el exterior de los demás.

Desconectada y sin muchos amigos, me refugiaba en la lectura y en la música. De esa manera no tenía que intimar con nadie porque creía que no estaba a la altura.

Cuando empecé la universidad me di cuenta de que podía ser yo misma. Mi fantasía era que encontraría a alguien que pensara que era la mejor y mi vida sería perfecta. Mi primer novio me hacía sentir que era la persona más especial del mundo. Lo que pensaba que era amor no duró, porque después de un año y medio, mi novio me dejó porque decía que lo único que yo quería de la relación era sexo. Fue un golpe muy duro.

Mi adicción avanzó y empecé a manipular a los hombres, a coquetear y a perder el respeto hacia mí misma. Éramos adictos al coqueteo, a la provocación y a lo prohibido. La única manera que conocíamos de liberarnos de la tiranía del sexo consistía en hundirnos aún más en él. Le regalé mi poder a los demás, empecé a traspasar barreras, creyendo otra vez que tenía que alimentar mi adicción porque nunca era suficiente. ESPERABA QUE LOS DEMÁS LLENARAN EL VACÍO QUE EXISTÍA EN MI INTERIOR. Pero nunca funcionó, solo sentía culpa y vergüenza. Quería sentirme aceptada pero no podía aceptarme a mí misma.

Me casé con un hombre con el que solo había tenido tres citas. No hace falta decir que no nos conocíamos y después de varios años mis necesidades emocionales no fueron saciadas. Las expectativas de que el matrimonio sería perfecto se desplomaron. Coqueteaba con sus amigos y empezaba aventuras románticas. Aquello parecía estar bien, pero muy pronto fue insuficiente y empecé a cruzar nuevas barreras.

Durante los años siguientes aquellas aventuras se volvieron más numerosas y enfermizas. Me prometí que no lo haría con compañeros de trabajo, pero eso duró poco. Luego decidí que solo podía ser con alguien que viviera en un estado diferente. Pero lo que me llevó a SA fue una relación con un hombre casado que vivía en otro estado. Él cortó la relación después de dos años y medio. Me dijo que él nunca había querido tener una aventura pero que yo le convencí para que empezara. Estaba destrozada y lloré durante todo el camino de vuelta a Nashville. Fue lo mejor que me podía haber pasado porque me llevó a pedir ayuda psicológica y finalmente a SA.

Pensé que una vez que hiciera los 12 pasos mi vida sería perfecta y ya no tendría ningún problema.  Esa esperanza fue un error. La vida seguía siendo dura, pero mucho mejor que cuando practicaba mi adicción.

Primer paso. Admitir que era impotente. No tuve ningún problema con esto porque definitivamente estaba fuera de control y no podía parar. El único problema fue que, al reconocerlo, sentí que estaba perdiendo el control, volviéndome más impotente, una víctima de mi enfermedad. Pero fue sorprendente aprender que en realidad estaba adquiriendo la capacidad para tomar decisiones y recobrando así el poder.

Segundo paso. Pedí a Dios que me quitara mi adicción esperando que me la arrancara para siempre. Me tuve que enfrentar al hecho de que tenía que estar dispuesta a renunciar a la lujuria y entregársela a Dios. Todo lo que tenía que hacer era abrir la puerta y Dios estaba allí esperándome con los brazos abiertos. Lo único que tenía que hacer era llevar a cabo las acciones para renunciar.

Tercer paso. Yo era la “actriz” que pensaba que, si tan solo las personas hicieran lo que yo deseaba, el espectáculo sería perfecto. Al principio podía ser amable, considerada, paciente, generosa y dispuesta a sacrificarme. Pero después podía convertirme en una persona mezquina, egoísta, interesada y falsa. Definitivamente era una egocéntrica que esperaba que las cosas sucedieran como yo quería.

Señalaba a otras personas sus defectos y cada vez que me enfocaba en eso, los defectos se agrandaban. Esto me conducía al resentimiento y a la rabia y, perdía mi serenidad.

Llevaba 15 años sobria cuando descubrí que alguien había robado mi número de la seguridad social y estaba suplantando mi identidad. Esperaba ir a una oficina y obtener un nuevo número. No fue así. Me dijeron que solo podrían cambiarlo si mi vida estuviera en peligro. Me puse histérica y pensé que era el fin de mi vida. Mientras conducía a casa me di cuenta de que tenía manos que podían sujetar un volante y de que tenía un coche. También fui consciente de que había cosas buenas en mi vida y que, a pesar de que había ocurrido algo horrible, yo podía tener otros proyectos. Aprendí que podía tener más de un sentimiento a la vez. En ese momento llegó la aceptación. No tenía que vivir en la fantasía del desastre futuro. Me di cuenta de lo importante que era para mi parar de jugar a ser Dios y pedir ayuda.

Era importante que abandonara mi derecho de creer que era la única que tenía todas las respuestas.  Descubrí que podía tener razón a cualquier precio o podía tener serenidad. Ahora cuando estoy completamente en desacuerdo con otra persona mi respuesta es decir: “Creo que vamos que tener que ponernos de acuerdo en estar en desacuerdo”. Mi ilusión de que voy a convencer a otra persona con una opinión totalmente contraria a la mía, es un resentimiento en la sala de espera. Prefiero tener paz a tener razón.

Es importante vivir en la solución y no en el problema. La aceptación es la respuesta a todos mis problemas y aprender a vivir la vida como venga. Como dice el libro grande: “La serenidad es inversamente proporcional a mis expectativas”. Hoy elijo la gratitud para mi bienestar. La vida es siempre mucho mejor cuando lo hago.

Priscilla C., Tennessee, USA

 

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