Seeing Myself in the Mirror of the Literature

Al mirarme en el espejo

Antes de recuperar la sobriedad, no me gustaban los libros. De hecho, nunca había leído un libro de principio a fin. Casi terminé un libro en la escuela porque me llevaba a un mundo de fantasía, lejos de la realidad. Sin embargo, la mayor parte de la lectura me resultaba angustiosa e inútil.

Mi tradición religiosa me animaba a leer, estudiar y meditar. A veces leía las Escrituras para no caer en la desaprobación o sentirme excluido, pero me perdía la parte más importante de la lectura: aplicar sus principios. Veía la lectura sólo como una casilla que había que marcar.

Mi desinterés por la lectura no era por falta de estímulo. Tanto mi esposa como mi terapeuta me sugirieron varios libros que probablemente habrían sido útiles. El terapeuta incluso me imprimió extractos de libros para que no me sintiera intimidado con un libro entero en las manos. Después de raras ocasiones en las que me exigía a mí mismo y leía algo, era como un hombre que se mira en un espejo, pero cuando se aleja, se olvida de lo que ha visto. Si quería leer algo con eficacia, tenía que enfrentarme a mí mismo y mirar hacia dentro. Me sentía demasiado incómodo siendo yo mismo y mucho más teniendo que examinarme junto con mis razonamientos, mis motivaciones o mis emociones.

Todo cambió cuando llegué al programa. Estaba tan desesperado que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa… incluso a leer. Hasta yo me sorprendí. Empecé con el Libro Blanco porque sabía que lo necesitaba, y vi que estaba funcionando para muchos otros adictos al sexo.

Con la ayuda del programa, empezó a producirse un cambio en mí cuando empecé a leer la literatura con la intención de asimilarla y aplicarla. Conseguí un padrino, empecé a trabajar los pasos y a interactuar con otros en la fraternidad.

Lo primero que me impresionó fue la palabra “sexólico”. Me ayudó a comprender cuál era mi problema y, lo que es más hermoso, cuál era la solución.

Por primera vez, empecé a recordar un tenue atisbo de mi reflejo en el espejo. Doy las gracias al programa y al Poder Superior por este milagro.

Este texto resuena ahora profundamente en mí:

Al conocer SA descubrimos que a pesar de las diferencias que hubiera entre nosotros teníamos un problema común – la obsesión con la lujuria, normalmente combinada con una necesidad compulsiva de sexo en alguna de sus formas-. Vimos que, contemplados desde el interior, las actitudes y los sentimientos de todos nosotros eran semejantes. Cualesquiera que fueran las características de nuestro problema estábamos languideciendo espiritualmente – la culpabilidad, el miedo y la soledad nos estaban matando -. A medida que descubríamos que teníamos un problema común , descubríamos también una solución común: los doce pasos de la recuperación que practicamos en nuestra fraternidad y cuyo fundamento es lo que llamamos sobriedad sexual. LB 1-2

Este pasaje me recuerda que no estoy solo ni desesperado. Ahora puedo aplicar lo que he aprendido participando en la fraternidad, ayudando a otros adictos al sexo y trabajando en el programa día a día. Por fin puedo formar parte de la humanidad. Mis diferencias no me excluyen de la recuperación ni de la conexión, sólo me dan la oportunidad de compartir mi experiencia única, mi fortaleza y mi esperanza.

El lema del programa que se me quedó grabado en la cabeza desde el principio fue “Un día cada vez”, que sigo recordando y por el que estoy muy agradecido.

Cuando llegué a mi primera reunión, llevaba casi 24 horas seguidas consumiendo. El programa me enseñó esta verdad fundamental: el pasado no se puede cambiar, pero no tiene por qué controlar el presente; no tengo que corregir toda mi vida en un día, sino centrarme en el momento presente y hacer lo que es útil y correcto.

La literatura aporta directrices espirituales a mi vida. Una de ellas es que dando ciertos pasos, en cualquier momento, puedo ver qué me impide hacer la voluntad del Poder Superior. Regularmente intento leer literatura aprobada por SA para arrojar una luz más agradable sobre cada día. Puedo elegir (mientras me reúno con el PS) qué secciones se aplican mejor a mí en ese momento. Esta enfermedad es una enfermedad de olvido. Mi enfermedad es espiritual y necesito tratarla de esa manera, trabajando el programa de una manera espiritual.

Todavía hay días en los que no tengo la voluntad de aplicar lo que leo y hacer “la siguiente acción correcta” (ver Pasos en Acción). Pero entonces rezo, pidiendo esa voluntad y confío en que los sentimientos se seguirán cuando yo emprenda esta acción.

Nunca pensé que diría esto de un texto impreso, pero estoy tan agradecido de que tengamos la literatura del programa.

Joa K., Porvoo, Finlandia

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