
Estábamos en nuestra reunión, dirigida por un compañero local. Durante un momento de silencio, oímos un crujido. No sabíamos de dónde venía. Siguió otro crujido, y luego otro.
Lentamente, un compañero se desplomó en el suelo. Una de las patas de su silla de plástico se había roto por completo y ahora estaba en el suelo.
Todos nos sorprendimos y nos echamos a reír a carcajadas.
Le dije: «Tranquilo, amigo, eso no cuenta como una recaída».
Oscar M., Bogotá, Colombia