El eterno descontento con mi vida es parte de mi enfermedad. No me hallo, mi vida no me gusta. Necesito algo más. Esa enorme expectativa que tenía o que tengo (éxito mundano, reconocimiento, pompa y honor, etc.) parece ser la causa de que me sienta vacío.
¿Con qué lleno ese vacío? A veces pienso que no basta con hacer el 4 paso, hacer las enmiendas, si de todas maneras no me gusta mi vida. ¿Qué hacer entonces? Incluso puede suceder que estoy sobrio y aun no me gusta mi vida. ¿Falta algo?
La lujuria es para mí como una tienda de dulces suculentos a los cuales he renunciado. Podría entrar a comer esos dulces, entretenerme practicando mi dulce y dolorosa adicción, pero no me saciaría. Me encontraría al final de esa comilona completamente solo y decepcionado. Trataría de salir de la tienda, pero en tal estado de borrachera no encontraría la puerta ni la llave. Al final me sentiría perdido en mi propia adicción (ya lo he probado todo o casi todo). Haría señas por la ventana a la gente que pasa afuera para que me ayuden a salir, e incluso gritaría, sin que me puedan escuchar. Ellos verían mi rostro al otro lado de la ventana haciendo gesticulaciones absurdas e incomprensibles sin comprender mi extraña desesperación, y seguirían de largo. Y cada vez más embotado y atrapado en la obsesión, para no ver mi estado lamentable, seguiría comiendo los dulces que me hacen tanto daño.
¿Quiero yo eso? Por supuesto que no. Pero tampoco quiero mi vida aburrida, que no acepto. Entonces, ¿qué quiero? Necesito tener un despertar espiritual. Para ello, necesito abrir mi mente. Darme cuenta que lo que me mantiene en esa posición fija y me lleva a sufrir no es mi vida en sí, sino las opiniones y juicios que tengo sobre ella, la incapacidad de confiar y aceptarla tal y como es (ocuparme en lo que debo hacer en cada momento), sin hacer comparaciones. Esta vida es la que necesito aquí y ahora. No tengo que albergar expectativas egocéntricas propias de una mente encerrada en sí misma. Incluso pienso que si cualquiera de esas excéntricas expectativas se cumpliera, después de disfrutarlo un poco al pasar el tiempo volvería a sentirme igual de vacío. Pues siempre desearía más y más.
Así que cuando veo que mi descontento humano suele ser una forma de egocentrismo, una extraordinaria forma de estupidez que me mantiene infeliz y sufriendo, comienzo a renunciar a esa actitud, y veo la luz al final del túnel. Abro mi mente. Necesito ser agradecido. Necesito recordar todo lo que se me ha dado para ayudarme a salir de mí mismo (el programa, el padrino, etc…). Necesito dejar de esperar que algo afuera de mí mismo me sacie, convirtiendose en una esperanza ilusoria de satisfacción. Necesito algo real. Necesito comenzar a dar, prestar servicio. Y entonces, en algún momento, luego de la auténtica renuncia que no espera nada, descubro el gozo prometido, que no tiene nada que ver con el placer destructor de mi adicción. Un gozo que está más allá de las palabras, pues me saca de mi propia mente limitada.
Entonces veo claro. Mi vida tal y como es en sobriedad y recuperación no es un error, no está equivocada, no le falta nada. Yo soy el único que está equivocado. Abro mi mente a lo que me ofrece este día de sobriedad, a la gracia de Dios cuando reconozco que soy el único que está equivocado. Entonces, en ese momento, la puerta de la tienda de dulces se abre. Y estoy afuera. Ya no estoy solo. Ya no estoy encerrado en mi propia mente.
Rafael de Colombia